jueves, 5 de noviembre de 2009

lecciones de las cosas, Carlos Alfaro

Alguien, no viste a quién, abrió la puerta, y saliste con toda la vitalidad con que te fue posible hacerlo, pensando que la libertad estaba enfrente y que te daban por fin la posibilidad de disfrutarla. Obviamente, no la encontraste: contra lo que esperabas, sólo hallaste un lugar más espacioso, paredes infranqueables, y varios hombres a los que hasta entonces jamás habías visto, con la crueldad dispuesta y el más feroz de los sadismos preparado. Después, fueron quince minutos, veinte tal vez, de auténtico martirio, en los que tuviste ocasión de conocer sobre tu cuerpo la violencia, y supiste del terrible extremo a que es capaz de llegar en su brutalidad el hombre, de forma arbitraria y sinb razón alguna que además lo justifique. Quizá, es probable, te preguntaste por qué lo hacían, cuál era la auténtica razón de que te torturaran de es emodo, o quizá, quién sabe, no llegaste a preguntarte nada,pues, como ellos decían, ni sufrir podías, y pensar era una función para la que sólo ellos estaban capacitados. Después, cuando se cnasaron, viste que uno de ellos, el más cruel posiblemente, se paraba frente a ti con su arma preparada, y tuviste la impresión de que el momento del fin estaba próximo. No dudaste: esperanzado, te arrancaste contra él con las pocas fuerzas de que disponías, y respiraste tranquilo al sentir en tu cuerpo la llegada de la muerte, el borbotón de sangre que, viniéndote de muy dentro, te inundó de golpe las fauces, desbordando generoso la glotis y la garganta. Después,no sentiste más, caíste al suelo como un fardo, y un clamor unánime atronó el ruedo, pidiendo, con rara y terrible unanimidad, que te cortaran las dos orejas y el rabo.


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